LA PASIÓN DEL FÚTBOL

Escritores con Pasión, futbolistas mediocres. Todo eso y más aquí.


Amarilla y occidental

El calor se hace insoportable, atardece en este infierno pequeño. Abajo la grama se quema bajo la incandescencia inclemente del sol de mi tierra. Los 22 gladiadores de turno se matan en un afán de sudores, y espadas sin filo. Se odian a muerte pero no se atacan, se esquivan talentosamente llevando consigo al lado de un botín negro el signo del oprobio del contrario, lo guardan celosamente bajo los músculos renegridos de esclavitud y barcos y cadenas y caderas inmensas y esta tierra que quiso ser cielo pero nunca decidió dejar de parecerse al purgatorio.

Un pito da la salida, los míos están de rojo y negro, se ven como un mal chiste bajo el sol. Transpiran el odio, el miedo, el hambre poco recordada, respiran duro, patean, jadean, se mueren y reviven, son aplaudidos e insultados, queridos y odiados. Atrás se escucha el susurro repetitivo de un timbal, de un par de congas, de una mezcla bastarda que nos hizo inmortales. El estadio se llena de una voluptuosidad propia, vibra bajo los aplausos, bajo la cerveza de contrabando, bajo la esperanza nunca cumplida de glorias mundiales y goleadas colosales. Ya no importa, parece que nunca importo.

La cerveza es barata, generosa, exquisitamente fría, se mezcla con el sabor salubre de mi rostro. Vamos abajo por una sola bolita, una que duele como si a cada uno de nosotros no la hubieran introducido lentamente por el trasero. Uno cero, uno cero compadre, pero yo ya voy 17 cervezas arriba del rival, y cien mil tristezas adelante del que quiera, huye que te coje la muerte… te esta buscando, cuando tu menos te la esperas así de repente.

La tribuna de Occidental es un refugio de la masculinidad mezquina, donde todo vale, donde se llena la boca de un pedazo de carne de dudosa procedencia mientras se escupe veneno, donde la borrachera se calma entre gritos desafinados de insultos mal dichos, y viejas maldiciones gitanas aprendidas inconscientemente. Allí en medio del muladar de una parranda descomunal donde la salsa se ve desparramarse entre el verde del parque, una criatura extraña. Un ser de otro mundo, muerto de risa, mientras yo con un odio sordo la observo regodearse de su ínfimo éxito de camiseta amarilla y pantalón de jean.

Tenía las piernas largas como una noche en Cali, y un pelo heredado de viejos inmigrantes ladinos. Tenía los ojos tristes y una risa resonante de dientes pequeños. Despreocupada, gigante, ostentando un par de tetas desparpajadas, se paseaba entre los enemigos que no se atrevían a tocarle por el solo miedo de morir fulminados en el acto. Tomaba cerveza a grandes tragos, aplaudía a los otros, a esos, a los invasores, a aquellos que yo ya no podía soportar ver más en el patio de mi casa.

El pito resonó en el último minuto, ya no había nada que hacer. Sentado en la tribuna que se desocupaba, manejaba mi humanidad inundada, para no colapsar entre las excrecencias que a su paso dejaban mis coterráneos. Ella no se atrevía a irse, era feliz.

- Y es que vos estas muy feliz?

Se acerco a mí y me dijo al oído:

- Siempre es un placer metérsela por el culo a tu equipito de mierda. Y vos estas muy lindo borrachito y dándotelas de macho.
Yo también sonreí, me dibuje un beso en el pecho, y me largue tambaleando a casa, sabiendo que un poco más allá que acá me la encontraría nuevamente y me daría una felicidad inmensa haber perdido una apuesta con esa mujer.

2 Contragolpes a “Amarilla y occidental”

  1. # Blogger Mr Brightside

    Mmmmmmm, me sentí aludido con ese color amarillo hermano...

    Pero no puedo negar que es dulce ese sabor!

    Saludos, muy bien redactado.  

  2. # Blogger PALOMO

    Gracias Señor Oscuro. Le cuento que la vieja que me imaginé si era hincha del Bucaramanga. Nunca me paso con una pero hubiera sido divertido  

Publicar un comentario