LA PASIÓN DEL FÚTBOL

Escritores con Pasión, futbolistas mediocres. Todo eso y más aquí.


Nacer, vivir, morir ¡Pijao!

Achtung!- Esto está bien largo.

Suspiro

Mi abuelo vivió cincuenta años de su vida cada Domingo con un radio pegado al oído, escuchando como año tras año el Deportes Tolima (en algún momento el Kokoriko Tolima) terminaba un torneo tras otro en las últimas posiciones. A su tumba sólo se pudo llevar el recuerdo de tres subcampeonatos ('57, '81, '82), dos participaciones en la Copa Libertadores de América ('82 y '83, llegando en la segunda oportunidad hasta las semifinales) y un agridulce campeonato alzando la "B" en la Copa Concasa en el '94. Recuerdo cada visita a Ibagué antes del '98 (año en el que murió mi abuelo, Don Tomás Medina, por culpa de un cáncer y complicaciones por un accidente de bicicletas) cómo cada domingo toda la casa hacía silencio, todas mis tías alegronas y primas chismosas se recluían en sus cuartos y aprovechaban al orden general de "¡no em molesten por dos horas!" para dormir, mientras mi abuelo buscaba sin afán su mecedora para colocarla en la verja y a su lado encendía su radio de pilas modelo 1985, sintonizando "Ecos del Combeima" para escuchar el partido del 'Tolimita'. Mi abuelo era un hombre callado y en general muy calmado, a quien no le gustaba criticar ni quejarse; trabajó duro toda su vida vendiendo lotería y logró sacar adelante a su familia y a la de su hermana, además de ayudarle a algunos vecinos y amigos de infancia con todo el dinero que les pudo prestar, pero nunca le contó a su familia de estas ayudas, quizás porque no quería hacer escándalo ni quería que hubiera preocupaciones extra. Sin embargo, perdía el control al escuchar ese radio, recuerdo cómo sufría con cada palabra que el narrador musitaba, cómo se desesperaba cuando la señal se iba por unos segundos o la transmisión cortaba a comerciales, cómo gritaba a todas voces "¡Saquen/metan al Pony" -y yo lo único que podía pensar era en que mi abuelo debería gritar más duro si quería que el director técnico en el estadio (casi al otro lado de la ciudad), lo escuchara. Yo era muy joven y todavía no entendía mucho de fútbol, pero amaba pasar el tiempo junto a mi abuelo mientras él esperaba ansioso para gritar "¡GOL!" junto su aparato, para poder mirar para afuera y decirle al vecino de poca fe: "¿Sí ve?, ¡vamos ganando!". Yo desde entonces ansié que gritaran "¡GOL!" más seguido, porque se me ponía la piel de gallina, porque podía grtiar con mi abuelo y verlo alegrarse, porque en ese momento toda la casa dejaba de hacer lo que estuviera haciendo para preguntar de quién era el gol y cuánto quedaba de tiempo, además de todos regocijarnos juntos por unos cuantos minutos.


Tengo esta camisa desde el 2001 y tiene mis lágrimas de la victoria contra el Cali en el 2003


Mi papá, nacido en una esquina del barrio Yuldaima (en Ibagué, por supuesto), desde el '58, ha tenido la vinotinto y oro en el pecho, mi abuelo les inculcó a todos sus hijos la pasión por el equipo de la tierra donde nacieron. Mi papá vio todos los triunfos del Tolima que vio mi abuelo, pero además, logró en Diciembre de 2003, luego de cuarenta-y-cinco años de espera, por fin pudo ver al Tolimita campeón. Lo vio desde su oficina, con lágrimas en los ojos, acordándose de mi abuelo y celebrando casi en solitario en el canal donde trabaja. A los doce años mi papá iba a 'gorriones' al estadio (la entrada para el segundo tiempo era gratis); aunque si la plata alcanzara, seguro habría estado en todos los partidos, desde el pitazo inicial. Durante el primer tiempo él y sus amigos se sentaban a tomar gaseosa y a romper papel periódico viejo preparándose para entrar a recibir al Deportes Tolima en el segundo tiempo con una lluvia de confetti.
Pero mi papá abandonó Ibagué a los 17 años y desde entonces se conformó con escuchar al Tolimita jugar por radio y de vez en cuando verlo jugar por televisión. Cuando yo visitaba los fines de semana a mi papá en su casa (mis progenitores estuvieron casados por dos años y se separaron cuando yo tenía 1 1/2), los domingos nos dedicábamos a ver fútbol, preparar un buen almuerzo que acompañara nuestro día, prender el televisor y hacer fuerza. Pude ver los pocos partidos del Tolima que en ese entonces se transmitían en la compañía de mi papá, que se esforzaba en tratarme de explicar qué era un fuera de lugar y pero aún, cómo funcionaba el torneo colombiano de ese tiempo. Recuerdo claro que el primer gol del Tolima que vi en Televisión fue uno que el Pony Maturana le hizo en Ibagué al América y que lo celebramos hasta que los vecinos llamaron a pedir que nos calláramos.


...pero en el 2003


Y yo, yo nací en la Clínica Fundación Santafé de Bogotá y he vivido mis 18 años en esta ciudad, de la cuál no quisiera apartarme. Pero si mi nacimiento natural fue complicado (fue luego de diez meses de gestación, además de que o mi mamá no dilató suficiente o soy muy cabezón y me sacaron con fórceps que me dejaron marcado un lado de la cabeza por siempre), pues mi segundo nacimiento tampoco fue sencillo. Unos seis meses después de mi nacimiento rolo, seis horas de curvas por carreteras interdepartamentales y un tamal de bienvenida me hicieron ibaguereño de corazón. Y, aunque nacido en la capital de la Cosa-Pública, siempre he sido hincha del Tolimita, por todas las razones expuestas previamente en este post. Al estadio Manuel Murillo Toro he ido a cuatro partidos del Tolima (casi siempre que voy de vacaciones el rentado nacional ya ha finalizado). El primero, más o menos en el '97, Tolima venció a Junior 1-0, en un partido de mitad de temporada sin importancia; el segundo, empate 0-0 con el Caldas, en un partido con todavía menor importancia; el tercero, un 2-0 sobre el Quindío del que no me acuerdo mucho porque la cerveza estaba como pasada. Pero el cuarto ha sido el más importante de todos y, a pesar del resultado, va a ser algo de lo que me acordaré el resto de mi vida.





Yo no lo podía creer, cinco años después de que mis compañeros me molestaran por la infimez del Tolima, ese día podríamos tener dos estrellas, ganando más en tres años que un cierto equipo en 18. Mi hermano (azul e indiferente al suceso él) acababa de llegar de Nueva York, para visitar. El partido además, era un miércoles, día en el que la gente decente trabaja y hace cosas símiles. Pero nada nos iba a detener a mi papá y a mí para ir a ver el partido más emocionante de nuestras vidas. Ya que era incierto quienes iban a ser los finalistas hasta unos días antes de los compromisos jugados, era difícil saber cuándo saldrían a la venta las boletas. El corresponsal del canal de mi padre en Ibagué hizo filas y filas sin éxito. Pero un partido de tal magnitud merecía llamar a contactos mayores, así que mi padre logró contactar a Gabriel Camargo, presidente del Deportes Tolima para que nos vendiera unas boletas de occidental numerada. Con las boletas aseguradas, cogimos camino, cuatro hinchas del Tolima (con el chófer y un compañero de trabajo de mi papá) el Miércoles 20 de Diciembre de 2006, para ver el partido de la final Tolima-Cúcuta. Sabiendo que el partido de ida había terminado 1-0 a favor del Cúcuta, las cuatro horas de viaje los pasajeros discutíamos sobre cuál era la estrategia a plantear, sobre quién debería reemplazar a Dúmar Rueda y cosas similares. llegamos al estadio una hora antes de que comenzara el partido y nos encontramos con mi tío y mi prima. Luego de pasar a pie las cinco cuadras que estaban cerradas al tráfico vehicular a causa del partido, con nuestras boletas en mano, entramos ansiosos.

El Indio Pijao en sus rituales

Hay veces en las que uno no entiende porqué demonios le gusta el fútbol. ¿Qué tiene de entretenido seguir a 22 pendejos cuasi-analfabetas que uno ni conoce, persiguiendo un balón? A veces no entiendo porque veo hasta partidos de equipos que jamás he escuchado nombrar. Pero ese día lo entendí todo. Dentro del estadio todo era una fiesta. Estaba lleno de banderas, de gente con camiseta del vinotinto-y-oro, gente que saltaba sin cansancio, que cantaba sin parar y que se reunía por primera vez en mucho tiempo para disfrutar en conjunto. Nuestro vecino en el estadio, equipado con un radio que me recordaba a mi abuelo nos anunció que ya casi salían los equipos al campo y comenzó la locura colectiva. De la tribuna sur (del lado del que sale el Tolima) casi cinco minutos de fuegos artificiales -y el humo consecuente- retrasaron el inicio del partido. Pero mientras los fuegos artificiales estallaban y seguían estallando, todo el estadio estaba de pie, aplaudiendo, coreando el nombre del equipo. Y usted, señor o señorita con-ínfulas-de-DT, no se puede imaginar cómo estaba mi piel, cómo latía de rápido mi corazón, cómo entre mi papá y yo no nos mirábamos para evitar las lágrimas escurriéndose. No, si usted no ha vivido una final, usted no sabe lo que es eso. Los jugadores salieron después de toda la humareda al campo, para recibir el inmenso aplauso del respetable que había visto como este grupo de jugadores habían convertido a un equipo humilde en uno de los mejores del torneo colombiano. Pero la emoción fue creciendo aún más, cuando iniciaron los actos protocolarios. Al sonar el himno de la República, todas las banderas del estadio ondeaban lentamente, al ritmo de la música, mientras el estadio a toda voz coreaba la letra. Luego vino el himno del Tolima, el Bunde de Castilla, para el cual todo el estadio, de pie, cantó solemnemente, mientras las banderas se agitaban más y más y todos nos llenábamos de nervios.




Los equipos se dispusieron en el campo y el corazón de todos los espectadores en el estadio latía al unísono. Miles de Pijaos gritaban y aplaudían para silenciar los cantos de los cien motilones que habían viajado hasta el centro del país a ver a su equipo. Y se puso la pelota en el centro del campo y el juez pitó y arrancó el sufrimiento. Un Tolima confiado pero algo nervioso, tomaba el control del partido, atacando con pocas ideas claras a la mejor defensa del campeonato. Los héroes tolimenses del torneo, "el evolucionista" Carlos Darwin y John Charria estaban perdidos, desconcentrados, tan ávidos de victoria que apenas recibían el balón, pensaban que harían un gol y se convertirían en los héroes de la jornada. Pero hay que destacar la labor de Gerardo Vallejo -un guerrero que nunca se rinde, nunca da un balón por perdido y en ninún momento en todo el partido pareció estar cansado- y de Juan Carlos Escobar, que corrió cada balón como si estuviera corriendo los 100 metros planos. Mientras que el Tolima había salido a la búsqueda de un gol, pero no lo encontraba, el Cúcuta había salido en búsqueda del empate y supo manejar el partido. Su arquero, que no recuerdo cómo se llama, manejo los tiempos del partido, quemando todo el tiempo posible (lo que debo admitir, fue un trademark de Agustín Julio, nuestro arquero durante todo el torneo), dejando que sus defensas se recuperaran y evitando así una de esas "avalanchas" de ataques que a veces ocurren en el fútbol. Aunque el Tolima tuvo el balón casi todo el primer tiempo, no supo usarlo y sólo contó con una o dos llegadas peligrosas. Pero desde las tribunas más de veinte veces nos paramos, saltamos de nuestros asientos y gritamos: "¡Esa estuo cerca, ya la próxima es gol!". Pero ante los 30.000 desesperados asistntes al estadio, el árbitro central marcó el fin del primer tiempo, con un angustioso 0-0.

En el medio tiempo, un pequeño descanso en el que algunos rezaban, el indio Pijao imploraba al cielo y los distraídos policías que no habían hehco su labor por estar angustiados viendo el partido, regresaron de numerada a general a unos cuantos avispados que no tuvieron en cuenta que el espacio en numerada es limitado y estaba tres sentados en la misma silla. Y, por supuesto, era hora para una lechona del estadio (sin arroz, como una buena lechona tiene que ser).

Volvieron los jugadores al campo, y otra vez fueron recibidos con cánticos y coros, alentándolos para que en los 45 minutos que restaban lograran la tan anhelada anotación. El nerviosismo era aún mayor ya que quedaba poco tiempo para darle vuelta al marcador. El partido seguía parecido, con el Tolima con la pelota pero sin crear buenas opciones y con nosotros en las tribunas emocionándonos con cada buen pase, cada quiada, cada centro, cada corrida. En fin, ilusionándonos con las propiedades de la física.hasta que por fin llegó un centro y Yulián Anchico lo recibió para anotar el primer gol del Tolima. Yo no alcancé a ver cómo había sido el gol hasta el día siguiente en el noticiero, pero en el estadio, todos saltamos a la vez, nos abrazamos , mientras las lágrimas se escurrían de nuestros ojos y el piso temblaba por toda la gente que saltaba emocionada y se abrazaba mientras se le escurrían las lágrimas...
Entonces llegó al estadio el grito de "Sí se puede", seguido por el "Tolima Campeón" y en las tribunas las bandas comenzaron a tocar el San Juanero, mientras toda la tribuna sur saltaba y cantaba, vitoreando el nombre de los jugadores.
Y parecía que el segundo gol estaba a la vuelta de la esquina, con todo el Tolima que se iba encima y atacaba con gran peligro. Pero en una oportunidad desperdiciada de gol, el Cúcuta ejecutó exquisitamente el contragolpe, para empatar el partido 1-1. Las caras de alegría en las tribunas rápidamente cambiaron a caras de desesperación y angustia, mientras los cuatro pelagatos motilones en las tribunas saltaban y lloraban como nosotros lo habíamos hecho hacía veinte minutos. Entonces pasaron los diez o quince minutos más angustiosos de toda mi vida. No había estado tan preocupado ni cuando hice mi examen final del colegio, como cuando los jugadores Pijaos impotentes trataban de desempatar el partido. Pero todos sus esfuerzos fueron inútiles, el encuentro acabó y el fútbol colombiano tuvo un merecido campeón: el Cúcuta Deportivo. Los espectadores en la tribuna nos quedamos en silencio mientras los motilones celebraban y los jugadores desconsolados del Tolima lloraban en la cancha. Pero la mayoría del estadio se quedó para aplaudir a dos grandes equipos de fútbol, los dos mejores del año en Colombia, un campeón que ganó con justicia y un equipo que lo dio todo y merecía más que una medalla de plata (pero sólo puede haber un campeón).

Y a pesar de la derrota, todo el equipo vinotinto se paró con dignidad a agredecer a su público que lo había acompañado y el respetable respondió con la más sincera muestra de admiración.
Pero ya que toda la fiesta estaba lista, ¿Por qué desaprovecharla? Luego de la dolorosa derrota -aunque por media hora no fuimos capaces de hablar- decidimos dirigirnos a tomarnos una botellita (o dos) de ron, mientras veíamos a los más parranderos bailar y pasar en chivas echando Maizena, celebrando uno de los logros más altos del equipo Pijao, de quien hace unos años no se esperaba que llegara a la final y fuera uno de los equipos colombianos en la Copa Libertadores.

Por ahora no me queda más que felicitar al Cúcuta Deportivo por su triunfo y al Tolima por su gran desempeño en el 2006, y esperar que se derrote fácilmente al Táchira para renovar el enfrentamiento contra el Cúcuta en la Copa Libertadores.

3 Contragolpes a “Nacer, vivir, morir ¡Pijao!”

  1. # Blogger nomeacuerdo

    yo me acuerdo también la única vez que he podido ir al estadio (como se imaginarán, por un lado no es TAN fácil encontrar fanáticos de mi equipo en la capital, y por otro lado hay gente a la que no le gusta dejarlo a uno vivir siendo hincha de ESE equipo en especial) fué en el 2001 para el partido Santa Fé - Nacional del 1º de Mayo, que no tenía mayor importancia en el rentado, y no se me podrá olvidar nunca lo bacano que se sintió estar con un parcero y un amigo de él, boletas en mano y a pesar de haber soportado las desgracias de la policía, entrar y sentarse a ver a mi equipo ganar por marcador de 2-0 (goles del trianón Agudelo y del Champeta Velásquez) al equipo de casa. Ver a todos los hinchas llenar mas de medio estadio, gozar en conjunto algo tan sublime como un gol, y cuando dijeron que los de Nacional salían media hora antes, se gritó en señal de triunfo también.

    Como siempre, es una lástima ver cómo la mala imitación de los Hooligans (y la falta de seriedad de parte de las autoridades) lo privan a uno de poder ver un encuentro en paz, en familia y disfrutando el ambiente de los equipos hoy por hoy mal llamados "chicos"  

  2. # Anonymous Anónimo

    Emotiva la cosa, confieso que en la final simpatizaba por los pijaos por udmercé y por lo motilones por Diego. Y bueno, se ga`ó de cualquier manera. Sin embargo después de leer este post respetaré un poco más sus preferencias futbolísticas. Igual les haré fuerza en la libertadores.  

  3. # Blogger Mr Brightside

    Hermano, me quedo con eso que les inculcó su abuelo a los hijos de estar con el equipo de la tierra donde se nace. Dios no reparó en ponerme en Bucaramanga, donde soy feliz y donde no reparo en hacerle fuerza a un equipo chico, que podrá ser muy chico pero es mi equipo y daría la vida por verlo campeón.

    Al menos ya sé lo que es estar en una final, y nosotros ese día también salimos a echar maizena.

    Siempre lo dije, eran los dos mejores equipos del año y merecían estar allá.  

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